Pues que la semana pasada se me ocurre ir al Museo del Niño. Dice la publicidad que los jueves en la noche, la entrada es exclusiva para los adultos. Además venden paquetes con el Turibus incluido. Dos planes en uno, ¡qué mejor! Al llegar todo era diferente, porque no era de adultos, ni había Turibus y el Domo Digital estaba agotado.
Eso no bajó la emoción de mi persona ni de todos los amigos que me acompañaron. Íbamos muy preparados mentalmente a pesar del tráfico, nada iba a impedir nuestra entrada. Estábamos preparados hasta con dulces de importación que una amiga, casi rompiendo la ley, ingresó al inmueble de contrabando. Llegar y ver la bandera hecha de Lego, la bola de cristal con electricidad, la rueda de hámsters gigante fue como un regreso al pasado. Nos recibió en la primera estación (la de comida), nada más y nada menos que la «cuata» del mes.
De ahí recorrimos todo el museo y comprobamos de nuevo que todo era diferente, todo era más pequeño, todo era un poquito más aburrido, todo era extremadamente simple. Creo que la mayor diferencia estaba en nosotros: Nosotros éramos los diferentes. Ya no tenemos los ojos de niño. Es triste, pero cierto. Por lo menos para mí fue una llamada de atención para darme cuenta de esto. Espero volver a esa mirada de niño, que tenía la nena de pelo espantoso que entró con nosotros a la exposición de los ciegos…
En general la pasamos muy bien. Recordamos nuestra infancia y por fin hicimos algo distinto a lo de siempre. Si no has ido, vale la pena volver a la infancia por una noche, es mejor que la película de Ben Stiller…la vida sigue…