Hace poco oí de nuevo una canción de Diego Torres: «Hasta cuándo». No es que sea un gran fan de su música, pero esa canción me llamó la atención. Todos lo critican, porque piensan que no puede existir alguien tan exageradamente feliz. Es como un muppet hecho persona. Una vez lo oí decir que esa era su manera de ver la vida y su forma de cantar. Dijo que si otros hablaban de desamores, decepciones, tristeza, él podía hablar de alegría y felicidad. Y con eso llego a una conclusión: o no es humano, o vive en un universo paralelo.
En fin, cada quién sus cubas. El punto es que supongo que la crítica lo atacó tanto, que decidió escribir una canción triste. Resultó que es una de las más tristes que he escuchado en mi vida. No es muy poética, está claro que Diego no es un Alejandro Sanz o un Joan Manuel Serrat. Pero es directa. Habla de un alma que no ve la salida en un estado de desesperación, de tristeza… de dolor. Vaya, resultó que el autor de «Color Esperanza» también tiene otros colores en su vida.
Supongo que lo que trato de decir con esto es que todos tenemos derecho a estar tristes, a experimentar el dolor, a huir por un momento de la realidad para entrar en nosotros mismos y quedarnos solos. Gracias a ese dolor, podemos ser humanos. Gracias al dolor podemos vivir con más certeza el amor, porque lo valoramos más. El dolor es el riesgo latente en un contrato de amor, de lucha, de esfuerzo. El dolor es natural en la vida de todo ser humano. El dolor es un derecho que tenemos todos, que nos hace crecer, aunque creamos que por un momento nos detiene.
En teoría es fácil entender el dolor, aunque cuando se hace realidad, es difícil encontrar la salida. No es lo mismo ver las cosas desde afuera. Es una vorágine de la cual no crees salir nunca. Pero sin el dolor, no seríamos lo que somos.