Hoy en día aclamamos mucho a aquellas personas que se denominan «auténticas» por no hacer nada que no quieren hacer. Nos gustaría vivir así: solamente haciendo lo que nos gusta y lo que queremos y lo demás podría desaparecer de nuestra vista, después de todo, eso es ser «auténtico» ¿no?
Me encantaría que ese párrafo fuera verdad, pero no es así. Ser auténtico significa vivir apegado a nuestros orígenes y convicciones. Y a veces esas convicciones implican renuncia, sacrificio, esfuerzo y trabajo. ¿Qué sería de Jack Welch si se hubiera detenido al momento de tener que despedir a un empleado nocivo para GE? ¿Qué sería de Rafael Nadal si se hubiera sentado a descansar cuando el entrenamiento pasaba al siguiente nivel de cansancio y desgaste? ¿Qué sería de nosotros si nuestros padres se hubieran cansado de alimentarnos, educarnos o cuidar nuestra salud porque era difícil, caro o cansado?
Esas para mí son personas auténticas, y no solamente esas que van sin ningún rumbo haciendo lo que les gusta. Porque los ideales no nacen de los gustos, sino de los sacrificios. El crecimiento no es producto de los impulsos, sino de la planeación.
¡Cómo cuesta hacer algo que no quieres! Te sientes como viajando sobre ruedas cuadradas. Pero en el fondo, algo te dice que es lo correcto, es lo que responde a tus orígenes, a tu esencia y a tus convicciones. Y es ahí cuando la visión cambia y aguantas lo que sea, porque vas detrás de esa esencia y valores. Eso sí, cada ves que lo rechazas, es más difícil alcanzar tus metas y sobreponerte a las complicaciones.