Este era un sueño. Un sueño chiquito, no muy grande. Le gustaba jugar y viajar de cabeza en cabeza. Salía en la noche para que no lo reconocieran, aunque a veces, se aparecía de día. Eso sí, los que lo veían de día se volvían locos. Era como si no estuvieran presentes. Estaban, pero no estaban. Aunque, como dije, casi no aparecía a la luz, solo en las noches. Dicen que cuando los sueños, como éste, encuentran la mente perfecta, hacen su nido y no hay quien los saque de ahí. Dicen que esos sueños, son los encargados de mover el mundo.
De pronto, este pequeño sueño entró en una mente distinta. Era como algo que no había visto jamás. Era una mente sin impedimentos ni prejuicios, con una imaginación enorme, con fuerza física y conocimiento intelectual amplio. Esa mente lo tenía todo y ese sueño se enamoró. En ese momento, dejó de viajar y se sintió como en casa. Irónicamente, el sueño empezó a soñar. «¡Qué emocionante convertirme en realidad dentro de esta cabeza!», se decía. «Tantos sueños que conozco viajan de una a otra durante muchísimo tiempo y no encuentran una mente, una persona como la que me he topado yo». Así que el sueño se quedó a descansar ahí.
Al siguiente día, despertó allí mismo. Era el lugar perfecto, el sueño se felicitaba de haber encontrado una cabeza como esa, donde podía vivir y convertirse en realidad. Así pasaron los días y el sueño continuaba en esa persona de la que se había enamorado. Despertaba, jugaba en las noches, pero algo no estaba del todo bien. Cientos de días había pasado en esa misma cabeza. La cabeza lo reconocía, se regocijaba con su presencia, pero lo guardaba solamente para la noches. «Yo no nací para esto», se decía el sueño a sí mismo.
¿Qué estaba mal? Esa persona en la que se había depositado tenía todo lo necesario para hospedar a un sueño y no solamente eso, sino también para hacerlo realidad. Poco a poco el sueño fue descubriendo al egoísmo, que controlaba todas y cada una de las facultades de esa persona. Cada vez que el sueño inspiraba la imaginación, el egoísmo la hacía volver a la gris realidad. Cada vez que había que tomar una decisión racional, el sueño motivaba a tomar un camino distinto, sin embargo, el egoísmo infundía miedo en aquella mente e impedía que siguiera ese camino.
El sueño se llevó la desilusión de su vida, ahora era viejo y estaba anclado en sus maneras. Ya no se atrevía a viajar como lo hacía antes. Prefería quedarse en lo conocido, aunque eso le ganara pasar desapercibido por el mundo.
Un día, de esos que parecía convencional, decidió dar un brinco a una cabeza no muy lejana. Esa no tenía gran cosa, no era muy inteligente o preparada, no muy fuerte físicamente, no muy conocedora. Al ver que no perdía nada, decidió lanzarse, pensando que lo peor que podría ocurrir, sería regresar a morir con la persona anterior. Se preparó, dio el salto y llegó a la nueva cabeza. Era desordenada, nada espectacular. Lo primero que buscó el sueño fueron rastros de egoísmo, no había por ninguna parte. Llegó a los rincones más oscuros… nada. Así que hizo su primer intento. Al proyectarse, el sueño comenzó a ver movimiento de la inteligencia, de la habilidad y de las palabras. Escuchaba en las palabras las imágenes de su propósito. En cada movimiento veía más cercano ese momento. Estaba a punto de volverse realidad.
Y uno, que a veces se hace viejo sin realizar nada, anclado en costumbres, miedo o egoísmo. ¡Vaya que ese sueño perdió tiempo! Pero al final, logró su cometido. Yo solamente espero ser un buen anfitrión.