
Muy estimado Benedicto:
O no sé si prefieras Joseph, lo más probable es que nunca recibas esta carta, pero te la escribo por necesidad, porque tus escritos a mí sí me han llegado y siento como deber responderte de alguna forma.
Se escuchaban tantas cosas de ti cuando eras Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Daban miedo los rumores que corrían. Cuando escuchamos esas palabras: «Josephum Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Ratzinger», ¿Qué se podía esperar de ese nombre al que rodeaban tantas opiniones?
Fue ahí cuando decidí leer Sal de la Tierra, tus palabras en esa entrevista me llegaron. Me llamó la atención tu sencillez, tu claridad, la pasión que demostrabas por la Iglesia y su misión. Tu conocimiento de Cristo y del hombre. Me quedaba claro que tendríamos un Papa sabio y, además, profesor. Nunca en esas ideas se vislumbraba la intención de ocupar la silla de San Pedro. Eso lo confirmaste en tu elección donde te describiste como: «un simple trabajador en la viña del Señor».
Mientras todos te seguían comparando con Juan Pablo II, tú siempre lo exaltaste, lo citabas y lo recordabas como tu «querido predecesor». Nunca pretendiste ser él, solo aprovechaste su legado y buscaste continuar con la misión ininterrumpida de los pontífices.
Lo primero que nos dijiste: «No tengan miedo, Cristo no quita nada y lo da todo», muchos lo hemos podido comprobar en nuestra vida. En tu primera encíclica, volviste a lo esencial, a lo que creemos los cristianos: «Dios es Amor». Así hablaste en innumerables documentos y discursos, con claridad y sencillez, con exigencia y cariño.
Me di a la tarea de conocerte mejor, de leerte y así, me fueron cautivando tu vida y tus palabras. Estás enamorado de Jesús de Nazareth, lo conoces y lo presumes, lo transmites. Hasta escribiste un gran tratado sobre él.
Eres sincero, y lo demostraste al platicar con Peter Seewald, el mismo periodista que te había entrevistado 15 años atrás. Ahora el título era Luz del Mundo. Gracias a esa charla supimos lo que hay en tu cabeza y en tu corazón. Tienes los pies en la tierra, sabes que hay problemas, y que no son nada sencillos, pero sabes también que Dios no nos abandona.
No te decían el Papa viajero, y sin embargo viajaste —muchísimo— a múltiples países y continentes y supiste hacerte todo para todos. En México, un alemán como tú, se mostró tierno, cariñoso con los niños, cortés con los políticos, espontáneo y hasta un poco impuntual. Rompiste en los corazones mexicanos la imagen que varios tenían de ti y nuestro pueblo, como muchos otros, te recibió con gran cariño.
Nos recordaste algo, pedir a Dios que creara en nosotros un corazón puro, como decía el salmo de tu misa multitudinaria en Guanajuato. Porque cuidando el corazón, lo demás se arregla de modo natural.
«Pidamos a Cristo un corazón puro, donde él pueda habitar como príncipe de la paz, gracias al poder de Dios, que es el poder del bien, el poder del amor. Y, para que Dios habite en nosotros, hay que escucharlo, hay que dejarse interpelar por su Palabra cada día, meditándola en el propio corazón, a ejemplo de María»
Palabras dijiste muchas, todas valiosas, todas interesantes. Tú no eres forma… eres fondo. Todas tus catequesis sobre los santos nos llenaron de ejemplos a seguir en nuestro tiempo. Nos inspiraron a seguir a Cristo a pesar de las dificultades. Tus palabras sobre la oración en las audiencias fueron una auténtica escuela, con toda la riqueza de la tradición de la Iglesia, y es que sin oración, la fe pierde sentido.
No olvido tampoco, cuando hablaste en la universidad de Francia sobre el Quaerere Deum. Los monjes, que buscaban ardientemente en su corazón a Dios y que esa es una condición indispensable para nosotros. Tengo muy presentes tus palabras en una entrevista, donde aceptas que es un momento difícil para la Iglesia, donde las comunidades católicas se reducen, y sabes que en esos pequeños grupos, la fe seguirá viva. No se me olvida el libro Nadar contra corriente, donde con toda sinceridad reconoces que no sabes las razones del sufrimiento humano y la injusticia, pero ofrecías tu cercanía y tus oraciones.
Tú también has sufrido —sólo Dios sabe cuánto— por las dificultades que has tenido que enfrentar. Te tocó el estallido de una bomba de escándalos sexuales por todo el mundo, que ha dañado la imagen de nuestra Iglesia. Has guiado a esta Iglesia por una de las peores crisis de su historia y lo has hecho con la seriedad con la que se deben tratar estos temas. Lo has hecho con valentía, sin miedo a mostrar la verdad, aunque duela mucho. Lo has hecho con amor, pero también con una exigencia dura, como lo haría un buen padre, como lo hizo Cristo en su momento. En medio de monstruosidades como las que te tocaron enfrentar aunque no fueran culpa tuya, supiste guiar nuestra mirada a Dios, tener ojos llenos de esperanza en el futuro.
Tu última invitación, a vivir el año de la Fe, nos recuerda que la Fe es la puerta que nos lleva a Dios, que nos lleva al cielo. Mientras haya fe, habrá esperanza y amor en el mundo.
Tienes 85 años, y a pesar de tu edad, eres de las personas más conscientes de que vivimos en el tercer milenio, en pleno siglo XXI y que la tecnología, la velocidad, las comunicaciones y las sociedades cambian. Tú lo has hecho, y has invitado hasta el cansancio a la Iglesia y a los sacerdotes a introducirse en el mundo moderno. Hasta abriste tu cuenta de Twitter, donde publicas mensajes claros, cortos y concretos, como a los que hoy estamos acostumbrados.
Tienes 85 años y es lógico que el cuerpo no te responda. Tú eres el único hombre vivo que conoce el peso que carga un Papa y solo tú —mejor que nadie— sabe lo que hoy necesita la Iglesia. Tu renuncia no empaña tu legado, al contrario, lo corona. Te vas, con tu sensatez de siempre, con la humildad que nos has demostrado que tienes. Gracias por buscar el bien de la Iglesia antes que tu propia gloria o vanidad.
«Os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos».
Nos das las gracias. Sin embargo, yo te doy las gracias a ti por todo lo que me enseñaste: por vencer a tu carácter para poder alcanzar a la gente, por aceptar la voluntad de Dios a pesar de las complicaciones, por no cansarte de predicar el Evangelio, por hablar siempre con la verdad, por amar apasionadamente a Cristo, por enseñarme que la fe se razona y se profundiza, por venir a visitarnos a México. ¡Gracias!
Siempre lo he pensado, eres el mejor Papa con el que nos pudo haber tocado vivir estos 8 años.
Gracias Benedicto, cuenta con mis oraciones, tu amigo,
Diego Parada
Muchas gracias por expresar lo que muchos sentimos, pero no sabemos cómo decirlo. Es hermoso tener la capacidad de plasmar en estas palabra tu sentir,que es el mismo para la mayoría de los que somos católicos.
Gracias por esta carta que espresa también mis sentimientos de cariño y agradecimiento hacia Benedicto,nuestro Papa todavía.A él le quedarré siempre muy agradecida por ese ejemplo de humildad y de entereza:Vicenta y estoy en RDC
sólo me resta orar y rezar por el Papa Benedicto XVI, ante esta decisión, por el nuevo Papa, ya que Dios y el Espíritu Santo nos iluminarán y verán por ellos. y a usted, por este mensaje que nos ofrece, y que lo enviaré a mis conocidos, gracias
Gracias a tí por compartir tu carta. Me parece que desde su origen Eclesia somos todos y de ello depende el bien común, la base de salvarse es el amor y Benedicto XVI lo promovió siempre, es razonado que la lectura y el conocimiento de la gente (recuerdo que mi bisabuelo nos heredó una palabra «Mundología») es lo que nos acerca entre los hombres y gracias al espíritu Santo nos ilumina con nuestro proceder. Saludos y oraciones por nuestro guía.
Gracias Carlos, claro el bien común se construye entre todos así que más vale que todos aportemos a la Iglesia y al mundo, Saludos!
De verdad gracias y me identifico perfectamente en tu sentir y PENSAR. Felicidades y Dios te bendiga muchísimo ¡Seamos IGLESIA!. De verdad haré oración para que tu mensaje llegué al corazón del Papa. Cualquier cosa estoy para servirte.
Gracias Hermano, seamos Iglesia!
Diego:
Me parece excelente la apreciaciòn que has tenido de nuestro ahora Pontìfice Benedicto XVI, coincido contigo en todas las virtudes de este gran Personaje que ha sido nuestro guìa durante los ùltimos 8 años. Tenemos mucho que aprender de èsta ùltima decisiòn.
Gracias Martha, es una lección increíble de humildad y de saber leer los signos de los tiempos.
Buenísima Diego. Mándasela al Vaticano ¿por qué no? jeje
En eso estoy en este momento Emilio! Saludos!!!
Maravilloso, Diego… Esta decisión ha sido tomada con una gran humildad y gran sabbiduría… Siempre me ha sorprendido y me sigue sorprendiendo Benedicto XVI… Ya le puse la carta a los apostólicos…
Gracias Padre, recemos por este Papa y por el siguiente! Le mando un abrazo!
Se nota que has seguido la trayectoria de nuestro querido papa, a muchos nos duele esta decicion, pero sabemos que es por el bien de la iglesia y me imagino que a el tambien le duele. Oremos por la eleccion de un papa sabio que sea el nuevo guia.
Claro, Dios no nos va a dejar solos, nos va a mandar un gran Papa!
Mejor no lo pudiste describir, muchas gracias! Saludos
Gracias Lencho!
ciao Diego! stupenda! un abrazo desde Roma. P. Nicola, LC
Grazie Padre! un abrazo!
Tus palabras expresan lo que a muchas no gustaria expresar gracias
Gracias por leerla, qué bueno que te gustó!
Gracias por leerla y compartirla! Saludos!
Pienso exactamente lo mismo Hilda. Soy Maria Ines Brignardello / 16 de febrero 14.20 hs.
Me hubiera gustad escribir esta carta. Me encanto!
Se palpa una realidad, muchas decisiones se toman sabiendo que dolerán, pero se hacen necesarias en espera de que contribuyan a lograr mejores estadios, lo equiparamos a la aplicación de una vacuna a un niño, le duele en el momento pero sabemos que es por su bien. Creo que su consejo hacia la próxima selección de un nuevo Papa, debería de ser tomado en cuenta por los asistentes al Cónclave.
Claro, de hecho él nombro a 66 de los cardenales que van a votar, ahí se va a notar su influencia. Saludos!