En este lunes de pensamiento me acordé de esta frase. La encontré pegada en un pizarrón de corcho. Ese pizarrón estaba afuera de una capilla. Esa capilla era la de un centro de rehabilitación infantil. Algo tuvo que me llamó la atención. No era bonita, ni estaba escrita muy grande. Tal vez fue el lugar y el momento donde la vi lo que impactó. Desde entonces no se me ha olvidado.
Hay momentos en nuestra vida en que nos sentimos triunfadores, nos sentimos buenos. A veces, porque damos un poquito de lo que nos sobra a los más necesitados. A veces, porque dimos un buen consejo a alguien y esto hace que nos sintamos más inteligentes que un asesor de la CIA con el presidente de Estados Unidos. A veces, nos sentimos buenos por dedicar un poquito de nuestro tiempo a algún enfermo, a personas pobres o a rescatar el medio ambiente.
Para todo esto hay un lado bueno y un lado malo. Lo bueno es que somos muchas personas que hacemos todas estas pequeñas acciones que a la larga van a cambiar el mundo. Lo malo es que no es suficiente. Lamentablemente la cantidad de personas deprimidas, solas, pobres, con hambre, enfermas o abandonadas es muchísimo más grande. Y esto es un llamado para salir de nuestra zona de confort y utilizar todo nuestro potencial para cambiar el mundo.
Olviden la definición religiosa de un santo. Simplemente piensen en grandes figuras históricas como San Francisco de Asis, San Agustín, San Pablo o la Madre Teresa de Calcuta. Todos ellos han cambiado al mundo en la política, la economía, la ciencia, la filosofía y muchos otros aspectos. Lamentablemente, hoy es difícil identificar personas que reúnan la pureza de intención, la pasión, la energía, la autenticidad y el liderazgo necesarios para influir radicalmente en nuestro planeta. Urge que aparezcan estas personas y lo que me pregunto es ¿por qué no serlo tú? ¿por qué no yo?
¿Qué opinas? Espero tu comentario…