Hay personas que pasan toda su vida esperando. Esperan a que les suceda algo bueno, esperan que las cosas se arreglen por arte de magia, esperan que alguien más las voltee a ver.

Con el tiempo que llevo de vida, tal vez no puedo hacer una tesis completa de cómo vivir, pero sí puedo asegurar que esta perspectiva de la vida no solamente se queda corta, sino que es una mentira. Esperar que las cosas sucedan en el exterior y de pronto lleguen a nosotros sin ninguna provocación es una forma de no hacer nada con nuestra vida.

Esto no está peleado con el optimismo, ni siquiera con la esperanza. Ser optimista es vivir el presente, meditando lo bueno y aprendiendo de lo malo. Tener esperanza es confiar en lo que hacemos, en nosotros mismos, sabiendo que los resultados de nuestras acciones y de las acciones de los demás darán el mejor resultado posible.

Lo cierto es que la felicidad no se encuentra al final de nuestra vida, sino que se construye día a día, con pequeños momentos, con detalles insignificantes, con decisiones y con respuestas. Eso es la felicidad, eso es el cielo finalmente, lo que nos construimos en la tierra con nuestros sentimientos, pensamientos, relaciones y diversiones.

Leyendo un libro de Patch Adams, me gustó mucho un razonamiento que expone. Las personas que están deprimidas no se sienten así las 24 horas del día, sino que tienen momentos de alegría, de risas, hasta de felicidad. Pero su actitud y sentimiento ante la vida es el de una persona deprimida. ¿Por qué no aplicar el mismo razonamiento pero al revés? Ser una persona feliz no implica que no sintamos tristeza, enojo, o que no lloremos, pero es nuestra actitud y sentimiento hacia la vida lo que nos hace una persona feliz.

Así que tendremos que trabajar mucho para cambiar nuestra mentalidad y comenzar a encontrar la felicidad a lo largo del camino.

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