OK, esta frase es un poco extraña, porque es parte de la liturgia, pero la repitieron tanto en la ordenación diaconal de un amigo mío que se me quedó muy grabada. A cada uno de los Diáconos que se ordenaban, les decían estas palabras, principalmente porque la figura del Diácono es encargada sobre todo de la proclamación de la palabra. Entonces esta fórmula ayudaba a recordarles la seriedad de lo que tenían que hacer y al mismo tiempo, los pasos a seguir para tener éxito.
Pero creo que puede aplicar para cada uno de nosotros a muchos niveles. En el sentido profesional tiene que ver todo con nuestra carrera. Debemos esforzarnos por creer, conocer y saber todo lo que leemos. Debemos luchar por absorber el conocimiento necesario, sea cual sea nuestra profesión. Y ya que tenemos todo el conocimiento, es necesario que lo transmitamos, que lo enseñemos, que lo apliquemos. Al hacer esto, poco a poco nuestra profesión o nuestra especialidad se va volviendo parte de nosotros.
Por otro lado, creo que lo podemos aplicar en el sentido ético y moral. A veces, los principios y valores que se nos enseñan en la sociedad, lo aprendemos de modo forzado. ¡Apréndete los mandamientos! ¡Apréndete el código de ética de la empresa! ¡Apréndete la definición de estos valores! ¡Apréndete los artículos de la constitución! Esto nos obliga a tomar unas hojas y leer y leer y leer una y otra vez la información que nos dijeron. Si bien nos va, más o menos entendemos lo que dice. Pero de saber de memoria a asimilar la información hay un abismo.
¿Entonces qué sucede? Como nos aprendimos todo de memoria, se nos olvida. O en el mejor de los casos, nos lo sabemos, pero algo nos hace ignorar o menospreciar, incluso odiar la información obtenida. No porque esté mal o porque realmente estemos en contra, sino porque nos lo hicieron aprender de memoria.
¡Qué diferente sería si nos esforzáramos por entender y creer lo que estamos leyendo! Esto nos llevaría a cuestionarnos, a llegar a los motivos últimos y a desmenuzar cada aspecto de la ética, las leyes, los valores o la religión. Si pudiéramos hacer esto, nadie necesitaría un título para ser maestro, porque todos podríamos enseñar lo que sabemos con la claridad y riqueza suficiente (bueno, algunos maestros ni con título lo pueden hacer). Y lo más importante de todo, si creyéramos lo que leemos y enseñáramos lo que creyéramos, podríamos ser verdaderamente auténticos, hombres y mujeres de una sola pieza. Y así, una gran cantidad de problemas del mundo desaparecerían.
¿Qué opinas? Me interesan tus comentarios…