Resulta que hace siglos creamos un becerro de oro. Era más fácil adorar a un becerro que alabar algo que no podemos ver. Pero las circunstancias no han cambiado mucho. Seguimos fabricando ídolos, pero ahora no son siquiera de oro, son de carne y hueso y ese material es mucho más frágil que cualquier metal.
Nos buscamos ídolos en donde sea. Basta ver a un militante de un partido político y la veneración que siente por su líder o por el presidente para entender esto. Pero la política no tiene la exclusividad en la idolatría. Entra al cuarto de cualquier fan de Justin Bieber de 14 años, y te darás cuenta de el altar que monta en su nombre. Así pasa también con los futbolistas, los actores, los empresarios y los religiosos.
Cuando vi esta frase, me vinieron a la mente dos casos emblemáticos de lo que sucede con la idolatría: Lance Armstrong y el Padre Maciel. Dos casos muy distintos, pero con efectos parecidos.
Ahí tenemos al «mejor ciclista» de todos los tiempos acusado desde hace varios años de dopaje, cuestión que negó repetidas veces, hasta que fue insostenible. Lo aceptó en cadena mundial con Oprah Winfrey con una actitud un tanto descarada. Y en ese momento, todo el teatro cayó pieza por pieza. Un teatro formado por patrocinadores, integrantes de sus equipos, comités organizadores y donadores, trabajadores y beneficiarios de su Fundación contra el cáncer, misma que se vio obligado a dejar para no afectarla aún más.
Por otro lado, tenemos un caso mucho más grave: El P. Marcial Maciel, quien no solamente se construyó una estatua de ídolo, sino una imagen de santo y por si fuera poco, armó consciente e inconscientemente un ejército para la defensa de su imagen. Es un caso particularmente complicado porque no involucró a una empresa o a dinero del erario público, sino la fe de miles de personas. Un caso que al descubrirse, derribó los cimientos de una congregación, la vocación de cientos de personas, la credibilidad de la Iglesia y la fe de muchas personas.
Lo importante no es lo bueno o lo malo que hayan hecho estas y muchas otras personas. Lo importante es que aprendamos la lección y que entendamos que no podemos fabricar ídolos, por muy necesitados que nos encontremos de ellos. Las personas fallan, porque son humanas y debemos aceptarlas, quererlas y admirarlas como humanas. Se trata de hacer una reflexión profunda y no seguir personas, sino ideas, convicciones y hacer lo mejor que podamos.
Otra lección que podemos aprender es evitar a toda costa volvernos ídolos o caciques de cualquier grupo de personas, precisamente porque nadie mejor que nosotros para conocer realmente nuestras debilidades y evitar una mentira alrededor de nuestra persona. Los ídolos son peligrosos, muy peligrosos. No corramos la suerte de aquellos que adoraron al becerro de oro.
¿Qué piensas de este tema? Compártelo en los comentarios…