Hay un valor que cada vez se aprecia menos. Hablo de la humildad. Sobretodo en el mundo laboral. Cuando entrevistas a un aplicante para un puesto, todo se trata de venderse a sí mismo. Todo lo que ha hecho en su vida lo consiguió él solo. Nadie lo ayudó. Si fue un trabajo en equipo, por supuesto que él era el líder. Los problemas que ha tenido, siempre se han resuelto gracias a sus excelentes habilidades interpersonales. Su peor defecto es que «es muy perfeccionista». Y así podríamos seguir.
Después de que pasa esa fase de entrevistas, el profesional en cuestión, llega a la etapa de «cacarear el huevo». Todo lo que hace, lo presume. Si no, parece que no puede avanzar en el mundo laboral. Todo lo tienen que ver sus compañeros, especialmente su jefe. Busca constantemente la aprobación de todos ellos. Y por supuesto, comienza a poner su trabajo como si él fuera el único que lo puede hacer. Empieza a construir su imagen profesional.
Finalmente, llega el momento. Se decide a entrar a la oficina de su jefe a pedir un aumento de puesto o de sueldo. Comienza con una recapitulación de todo lo que ha aportado a la compañía y a preguntar por su propio crecimiento dentro de la misma. Ahí vienen esas trilladas frases: «Yo la verdad estoy muy contento dentro de la empresa, pero no me puedo quedar haciendo lo mismo», o «Le he dado todo mi talento a la empresa, pero también tengo que ver por mí».
No estoy criticando el crecimiento profesional de nadie. Estoy, más bien, haciendo un retrato de los esfuerzos sobrenaturales que hacemos para crearnos un branding personal, una imagen del profesional que somos. Lo grave, a veces, no es crear la imagen, lo grave es creérnosla. Porque si nos empezamos a creer que nadie más puede hacer nuestro trabajo, que somos invaluables, que ninguna otra persona tiene los mismos conocimientos que nosotros o un talento comparable, nos vamos a dar un golpe muy fuerte. Si nos empezamos a creer que valemos lo que aparentamos, vamos a ir mal. Porque nuestro valor no reside en el número de posiciones escaladas en nuestro CV, no está en el traje o los zapatitos Ferragamo que podamos tener. Nuestro valor no está en nuestra universidad o en los contactos de clientes potenciales que tenemos en nuestra agenda.
Esas personas humildes, que saben lo bueno que tienen, pero también lo malo, están en peligro de extinción. Y cuando ya sean parte de la historia será cuando necesitemos más a hombres y mujeres seguros de sí mismos, pero también de sus limitaciones. Porque son ellos quienes mejor saben trabajar en equipo. Son ellos quienes saben entender y manejar los errores de los demás. Son ellos los que pueden poner en orden un mundo de vanidad como el que vivimos.
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