En los últimos años hemos avanzado muchísimo como humanidad en todo lo que se refiere a tolerancia y respeto. Nunca antes en la historia habían podido convivir bien tantas personas de distintas razas, religiones, preferencias sexuales, políticas y demás. Nos falta muchísimo aún, pero creo que vamos por el camino correcto.
Sin embargo, a veces confundimos este principio universal de tolerancia, compasión y respeto con nuestro actuar y comenzamos a aplicar algunos criterios incorrectos de tolerancia para tomar decisiones en nuestra propia vida. La principal malinterpretación, creo yo, es la de confundir el bien objetivo con el bien propio o el «sentir bien».
Es cierto, todos tenemos una tendencia a buscar el bien. Esta tendencia está inscrita en nuestra naturaleza, buscamos el bien propio, que generalmente utiliza como principio de análisis el «sentir bien». Algunas de estas cosas están inscritas en nuestro propio instinto de supervivencia, de pertenencia o de reproducción y nos ayudan a crecer y no meternos en problemas.
Pero por el otro lado, somos seres sociales que viven en familia y en comunidad. Esto introduce otro concepto: el bien común. El bien común se concreta en tres fines: El respeto a la persona en sí misma, el bienestar social y finalmente, la paz, la estabilidad y la seguridad de un orden justo mundial.
Entre (o más allá de) el bien propio y el bien común, se encuentra el bien verdadero, el bien objetivo o el bien ontológico. Ese es el bien supremo, que se basa en la verdad y no depende de las circunstancias u opiniones. Es muy importante que nos esforcemos por encontrarlo, pero no siempre es fácil.
Todo esto lo digo porque últimamente me he enfrentado con una decisión de este tipo. A veces hay decisiones y acciones que tomamos pensando que es lo mejor para nosotros, o que nos lo merecemos o que no le importa a nadie más. Pero cuando te toca ser un punto de referencia para otras personas debes decidir entre: Hacer lo que te haría sentirte mejor o tratar de buscar el bien de todos.
La situación más parecida que me viene a la mente es la de la Madre Teresa. Cuando recibió el Premio Nobel de la Paz, cruzaba por una crisis de fe muy fuerte. Dice que estuvo tentada a decir eso al recibir el premio, pero que una fuerza se lo impidió, todo por un bien mayor. Tal vez se hubiera sentido mejor de haber hecho lo contrario, pero las repercusiones hubieran sido (me atrevo a decir) catastróficas.
La esperanza de saber que hay algo más grande y mejor en un futuro es algo que nos debe dar fuerzas para tomar la decisión correcta en el presente. Por lo menos eso me digo a diario en estos momentos y me lo digo porque lo creo.