Tengo grabada en la mente una clase de ciencias sociales con un profesor del que ni su nombre recuerdo. Lo que sí veo claramente en mi memoria es que no tenía ninguna capacidad para controlar a nuestro grupo en prepa.
A los 16 años, nos tocó la moda de la «digitalización de la educación» (con tal de intentar competir con el Tec de Monterrey), por lo que nos pidieron llevar laptops a la escuela. Se instalaron computadoras para profesores y pantallas en todos los salones y listo… éramos una escuela digital del siglo XXI 💁♂️.
Claramente, en ese momento no había ningún tipo de control, firewall o cyber seguridad. Desde la comodidad de nuestra laptop nos podíamos meter al servidor de la escuela y ver presentaciones de los profesores y hasta algunos exámenes que estaban guardados ahí.
Era un descontrol total y lo peor es que ya no nos podían prohibir llevar la computadora porque ya habíamos gastado en ella por orden del colegio. Así que los pobres profesores hacían lo que podían con eso. Además de las laptops, varios de nosotros llevábamos la «última moda de la tecnología»: los Pocket PCs, precursores del iPhone. Algunos llevaban Palm Pilot, otros HP iPaq, Sony Clié y demás. Estos aparatitos trataban de incorporar la mayor cantidad de tecnología disponible en el momento. Y una de las mejores herramientas que tenían era un puerto infrarrojo para funcionar como control remoto (aún hay smartphones que los tienen).
Así que nuestro querido profesor de ciencias sociales pasaba 25 de los 45 minutos que duraba la clase volteando a ver cómo, de la nada, se encendía la televisión del salón. En ese momento interrumpía la clase para ir a apagarla (ya que estaba a todo volumen) y cuando regresaba a su ponencia, volvía a pasar lo mismo. Los otros 20 minutos pasaban tratando de callarnos. Y así cada una de sus clases.
Por otro lado, teníamos una materia que se llamaba Individuo y Sociedad. La impartía un exalumno del colegio (y que no preparó una sola clase en su vida). Lo único que hacíamos en esa hora era seleccionar una editorial del periódico junto con una caricatura relacionada y tratar de interpretar la noticia y los hechos de la actualidad. Cada uno tenía que presentar una distinta y la discutíamos entre todos.
Parece mentira, pero para mí, fue una de las mejores clases que he tenido en mi vida. No se trataba de «la calificación por la calificación», más bien, era ver el mundo en el que vivíamos y darle sentido, entendiendo de política, economía y hasta de la guerra de Afganistán. Hoy viendo hacia atrás, me doy cuenta que el tener un espacio así en prepa, me abrió los ojos para ver la situación actual del mundo y es algo que me apasiona hasta hoy en día. Esa materia «de relleno» era una de las que más me gustaba. Ese profesor que no preparaba sus clases, sin estudios en pedagogía o en educación y que solo daba una clase en la mañana para irse a su verdadero trabajo después, fue uno de los mejores que tuve.
Todo esto viene a cuento porque resulta que ahora soy profesor (o como prefiero decir, soy un wey que da clases). Durante un tiempo, quise dar clases en la universidad y tuve que esperar a estar titulado de la maestría para comenzar. Mi intención era ser como ese profesor (y varios otros), que me aportaron algo para la vida, no solamente información de su materia.
Entre más lo pensaba, menos veía la posibilidad de lograr eso con alumnos de la universidad. Ahí detuve la búsqueda y preferí voltear a prepa como opción. Prepa es una de las etapas más divertidas de la vida, donde no tienes ninguna otra preocupación más que la escuela y los amigos. Tu escuela es parte de tu vida, de tu carácter, de tu orgullo y de tu personalidad. Conoces a todos los que trabajan ahí, te sientes como en casa. Es donde formas tus amigos para toda la vida. Y ese para mí es el mejor campo para dejarle algo a los valientes que se atrevan a ser mis alumnos (o a los que no tengan de otra).
Así que doy clases y mi intención es convertir una materia que parece de relleno, en una de las que más aporta a la visión de los que la tomen. Creí que lo iba a hacer un año por hobbie y llevo tres. Una parte de mí nació para ser profesor y me encanta (aunque no más de la hora y media que doy al día). Estoy seguro que todos, además de las obras de caridad que podamos hacer o los empleos que podamos crear, tenemos la responsabilidad de dejarle algo a las generaciones que vienen detrás de nosotros. Dejarles el mundo mejor y pasarles un poco de nuestro aprendizaje para que ellos hagan lo mismo con las que sigan, como lo ha hecho la humanidad por miles de años.
Hasta el momento, no me han jugado chueco con la pantalla del salón. Se arriesgan a que les dispare agua con mi Super Soaker Mini o a que les lance el borrador o los plumones (🤷♂️ les dije que no soy el prof convencional).
