Arrepentirnos no es fallar

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En varias ocasiones, he platicado con distintas personas sobre el arrepentimiento. Yo nunca lo había puesto en duda, para mí, arrepentirse es darse cuenta de que algo estuvo mal, reconocerlo y tratar de hacer lo correcto en adelante.

Pero he descubierto que para muchos, arrepentirse, quiere decir lamentarse o desilusionarse de algo, tener vergüenza de alguna experiencia o decisión que hayan vivido. No porque ellos me hayan dicho esa definición de manera explícita, sino porque cuando les pregunto de qué se arrepienten, la respuesta instantánea, casi como reflejo automático es: «No me arrepiento de nada, porque si no, no sería lo que soy ahora».

Hasta cierto punto de vista, esta filosofía es entendible, algunos dirían que admirable. Pero no deja de ser una visión «light» de la vida. Creo que esta manera de ver las cosas viene de tantas declaraciones de deportistas o campeones de varios rubros, que quieren demostrar fortaleza o poder.

Son declaraciones que pueden ser grandes encabezados de una noticia: «No me arrepiento, sigo adelante». «No veo hacia atrás, tengo los ojos puestos en la meta». «Si he cometido errores, me han hecho más fuerte». «No me he equivocado, solo he aprendido». Son citas que caben cómodamente en una imagen que podemos compartir en Facebook, con el acostumbrado fondo de una cima o de un océano abierto.

A todos nos llama la atención la imagen del héroe estoico, frío, que se aleja de una explosión sin voltear hacia atrás, sin sentir nada y avanzando hacia delante con paso firme. Una parte de nosotros quiere creer que los mejores humanos son así.

Esta imagen es la que tratamos de emular cuando respondemos que no nos arrepentimos de nada. Lo que estamos tratando de decir es que nuestro camino ha sido certero hasta hoy. Para mí, no hay error más grande. Creer que no debemos arrepentirnos de nada es rendirnos a merced de nuestra propia soberbia, que no tendría nada de malo si la soberbia no pusiera en jaque todo lo que hemos conseguido. La soberbia es capaz de destruir nuestro juicio, puede hacernos perder objetividad, puede provocar que no escuchemos a nadie, que no valoremos lo que tenemos. La soberbia es uno de nuestros peores enemigos.

Arrepentirse es parte de la vida porque equivocarse es parte de la vida. Todos nos equivocamos y es verdad que si nos equivocamos, aprendemos. Pero para aprender, tenemos que experimentar el dolor, la tristeza, la frustración que acompaña a la realización de un error. Pero arrepentirnos nos hace fuertes. Arrepentirnos es aceptar que esa decisión, ese impulso, esa creencia que tuvimos no fue la correcta. Es aceptar que en el momento, nuestra mente, nuestras emociones o nuestra educación nos fallaron. Y eso duele, ¡mucho!

Pero una vez que vimos el error, que descubrimos la motivaciones que nos llevaron a cometerlo, que pedimos perdón, el dolor se va y podemos corregir el camino o reconstruir lo que estaba mal y eso es el verdadero valor de la vida.

Por eso, en lugar de responder instintivamente que no nos arrepentimos de nada, pensemos que arrepentirnos nos hace mejores, más fuertes y más sabios. Y así, seguiremos arrepintiéndonos hasta el final de nuestros días, pero esto nos llevará a ser cada vez una mejor versión de nosotros mismos.

Te apartaste del camino, y no volvías porque te daba vergüenza. —Es más lógico que te diera vergüenza no rectificar.

San Josemaría Escrivá de Balaguer

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