Lentamente estacionó el coche.
Caminó un paso tras de otro lentamente,
con esa inseguridad que solamente tienen las personas en la noche.
Con cuidado y torpeza subió las escaleras.
Tenía la llave en la mano, sin embargo,
no fue hasta el cuarto intento que logró ingresarla en el cerrojo y abrir la puerta.
El portafolios se quedó tirado al lado de la entrada.
Avanzó algunos pasos hacia el cuarto.
Cerró la puerta, como si no quisiera despertar a nadie, aunque no había otra alma allí.
Recargó la frente en la puerta, absorto.
Quería entender, pero no podía pensar.
Buscaba reflexionar, pero la energía no era suficiente.
Solo bastó para ponerse de espaldas a la pared y dejarse caer.
Sentado en el piso, sin fuerza en el cuello, cerró los ojos.
La mente voló.
Del vacío y del silencio, brincó por varias escenas de su vida.
¿Cómo había llegado ahí?
¿Cómo había salido todo tan mal?
¿Qué error fue el que alteró la dirección?
¿Había sido una equivocación o una obstinación?
¿Dónde estaban todos los que se decían cercanos?
La noche era fría, pero no helada.
Se arrastró hasta la cama.
Sin mover la cobijas y sin quitarse la ropa se postró en ella boca abajo.
Volvió a cerrar los ojos.
No se veía la salida, todas las opciones habían desparecido, una por una.
Tal vez era mejor terminar con todo.
Quizá ya no había razones para seguir.
A lo mejor, vivir ya no valía la pena.
Apareció el dolor.
Era dolor del alma que llegaba a sentirse en el cuerpo.
Pero ahí estaba, era real.
Una lágrima rodó por su cara.
Al sentirla bajar caliente y enfriarse, el aire que lo acariciaba se volvió evidente.
En ese instante recordó que estaba vivo.
Una certeza lo abrazó.
Esto pasaría y algún día, todo estaría bien.
A lo mejor no mañana ni al día siguiente.
Pero todo estaría bien.
Esta certeza lo hizo despertar. Era de mañana.
Se acercó a la ventana y dejó que el sol tocara su piel.
Esto abrió sus ojos, no los de la cabeza, sino los del espíritu.
Las oportunidades seguían ahí,
solamente que no eran visibles en medio de la oscuridad.
La energía todavía no llegaba.
No había una sola alegría a la vista.
Pero había esperanza.
Y él solo tenía que dar el siguiente paso para continuar por su sendero.
Mientras la esperanza estuviera ahí, valía la pena volver a empezar.
Cada día, volver a empezar.