El valor del silencio

Si hay algo poco valorado en la sociedad actual es el silencio. Silencio exterior e interior. Vivimos rodeados de ruido, todo el tiempo estamos hablando, al pendiente a las notificaciones de nuestro celular que nos invitan a consumir contenido, responder un mensaje, o compartir algo. Nos da miedo irnos a dormir en silencio. Encendemos la tele, aunque no la veamos. Y mientras trabajamos, la dejamos como ruido de fondo.

Hace unos años vi un documental llamado «El gran silencio» sobre la vida de los monjes cartujos, quienes viven encerrados en un convento toda su vida… en silencio, hablando solamente unos minutos en el día y descansando un solo día a la semana. El resto del tiempo es estudio y oración.

Es una vida que analizada desde la óptica de 2021 no tiene sentido alguno. Pensamos en lo aburrido o lo desesperante que podría llegar a ser nuestra vida si siguiéramos esta metodología.

Nos da miedo el silencio. El silencio es aterrador, porque nos hace ponernos frente a frente con nuestro reflejo. Y es que no hay nada más incómodo para nosotros, que nosotros mismos. El silencio es una forma de soledad y no nos gusta experimentar la soledad. No queremos dejar libre tránsito a nuestros pensamientos, es peligroso, porque quién sabe a dónde nos llevarían.

Sin embargo, a lo largo del tiempo, los humanos han descubierto en el silencio a un amigo, consejero y maestro y bien nos serviría volver a valorarlo.

Quedarse en silencio es estar solo, sacar de nuestra mente todo aquello que nos distrae y que nos hace ser únicos. Es conectar con nuestra esencia mientras dejamos ir lo temporal. Después de unos minutos de silencio, nuestra mente se abre, deja de pensar en cosas pasajeras o urgentes y se iluminan aspectos de nuestra vida y de nuestra esencia que de otro modo son imposibles de visualizar.

Podemos ver nuestras heridas, sin juzgar. Nuestra vulnerabilidad está en primer plano y está bien, la aceptamos y la comprendemos. Comenzamos a hacer preguntas, a disipar la niebla de nuestro tejido más profundo y somos capaces de darle a todo su justo peso y dimensión. En el silencio liberamos los enojos, alejamos la angustia, nos despreocupamos de guardar las apariencias.

Yo nunca he sido más feliz y pleno que cuando valoraba el silencio en mi vida y dedicaba un tiempo todos los días a guardarlo y un fin de semana al año para aislarme física, mental y espiritualmente. Es por esto que si hay un propósito que me gustaría guardar. Más que el gimnasio, dejar el refresco, levantarme en la madrugada todos los días, lo que más me serviría es tener esa costumbre del silencio. Quisiera volverlo mi amigo y mi compañero, porque sin duda, es el que estaba antes de mí y el que se quedará después. Algo debe saber del tiempo y de la eternidad que yo, aún no sé. ¶

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